Reseña: La Casa Grande, de Álvaro Cepeda Samudio

la_casa_grandepor Alberto Pinzón Sánchez

“Magdalena, Diciembre 18 de 1928.
Decreto Nº 4.
Por el cual se declara cuadrilla de malhechores a los revoltosos de la Zona Bananera.
El jefe civil y militar de la Provincia de Santa Marta en uso de sus facultades legales y considerando:

Que se sabe que los huelguistas amotinados están cometiendo toda clase de atropellos; que han incendiado varios edificios de nacionales y extranjeros, que han saqueado, que han cortado las comunicaciones telegráficas y telefónicas; que han destruido líneas férreas, que han atacado a mano armada a ciudadanos pacíficos; que han cometido asesinatos, que por sus características demuestran un pavoroso estado de ánimo, muy conforme con las doctrinas comunistas y anarquistas, que tanto de palabra en arengas, conferencias y discursos como por la prensa en el “Diario de Córdoba” y en hojas volantes, han propalado los dirigentes de este movimiento que en un principio fue considerado como huelga de trabajadores pacíficos; que es un deber de la autoridad legítimamente constituida dar garantías a los ciudadanos tanto nacionales como extranjeros, y restablecer el imperio del orden adoptando todas las medidas que el derecho de gentes y la Ley marcial contemplan.

Decreta:
Artículo 1º – Declárase cuadrilla de malhechores a los revoltosos, incendiarios, y asesinos que pululan en la actualidad en la zona bananera.
Articulo 2º -Los dirigentes, azuzadores, cómplices, auxiliadores, y encubridores deben ser perseguidos y reducidos a prisión para exigirles la responsabilidad del caso.
Articulo3º-Los hombres de la Fuerza Pública quedan facultados para castigar por las armas a aquellos que se sorprenda en infraganti delito de incendio, saqueo, y ataque a mano armada y en una palabra son los encargados de cumplir este Decreto.
El Jefe civil y militar de la provincia de Santa Marta.
General Carlos Cortés Vargas
Secretario Mayor Enrique García Isaza”
. (1)

No cabe duda que Álvaro Cepeda Samudio tenía una claridad ideológica madura cuando decidió escribir su novela la Casa Grande. Y cuando colocó deliberadamente en la mitad de la obra el citado decreto, conservando la integridad del texto pero alterando la fecha y el lugar de su expedición (6 de diciembre, no 18; en Ciénaga, no Magdalena).

Muy probablemente deseaba convertirlo en sustancia literaria fuera de tiempo y lugar histórico que le permitiera replicar en espejo aquel terrible acontecimiento que cicatrizó profundamente su infancia: la masacre de las bananeras en 1928, y así poder estirarlo hasta la llamada “violencia fratricida” liberal-conservadora de los 50, que él vivió mientras escribía la novela, y que además ha llegado hasta el día de hoy sin muchas variaciones que digamos.

La novela tiene el claro objetivo subversivo de recontar y reescribir con brutalidad y altura literaria la versión oficial idílica de la espantosa masacre de trabajadores de la United Fruit Co. cometida por el ejército colombiano el 6 de diciembre de 1928 en la zona bananera de Santa Marta, sacándola de la estrategia del olvido sistemático impuesto por el poder oligárquico yanqui. Consta de 11 capítulos escritos desde la mirada de las víctimas, es decir los derrotados, con estilos y técnicas depuradas y se podría decir que cada uno de ellos constituye un cuento en sí mismo.

Sin embargo, en la mitad de la obra como un espinazo literario que los une, está el Decreto. De éste se desprende un violento conflicto clasista profundamente impregnado de odio y muerte; entre unos trabajadores huelguistas (hermanos de clase de los soldados que vienen a matarlos) enfrentados a la compañía bananera gringa, que le ha ordenado al general de la República Cortés Vargas ejecutar contra los huelguistas un mortífero escarmiento represivo por las armas y para toda la vida.

Pero también el odio del conflicto “fratricida” se riega viscosamente hasta llegar al pueblo de Guacamayal (no Macondo) y a la intimidad de la Casa Grande de la hacienda bananera que posee el Padre; un gamonal sacado vivo de un cuento de Juan Rulfo, quien se da el lujo celestial de no tener nombre y estar no sólo enfrentado al odio de sus propios hijos opuestos a su doméstica y tiránica violencia patriarcal de latifundista o cacique oligárquico; sino también al odio de los trabajadores del banano y de todos los pobladores, quienes a pesar del terror a que los ha sometido, finalmente ejercen venganza matándolo con sus herramientas de trabajo.

Es el mismo odio mortal y exterminador que se derramará 18 años después, como un flujo de sangre viscosa y seca en el también conflicto “fratricida” dirigido desde el gobierno conservador de 1946 contra 300 mil pobladores y trabajadores gaitanistas y socialistas, el cual después de la muerte física de Cepeda Samudio se transformó en otro sangriento conflicto contrainsurgente contra los trabajadores colombianos catalogados como “enemigo interno comunista”, azuzado y alimentado hasta el infinito por el poder oligárquico yanqui (por ejemplo de la Chiquita Brands) con el mismo odio de clase intemporal, ubicuo e idéntico al destilado en el decreto de 1928, el cual pareciera haber sido redactado y escrito ayer, con términos de hoy.

Pasados 47 años de su publicación, dos reflexiones me deja la novela La Casa Grande: Una, que sí es posible hacer verdadera y excelente literatura con la historia colombiana de manera distinta al conocido relato de García Márquez; y otra, su terrible y lacerante vigencia para mirar el actual conflicto social armado de Colombia, con la sombría y persistente emoción (tal vez poco explorada) del odio exterminador de clase, que segrega el Decreto.

Nota:

1) Alvaro Cepeda Samudio. La Casa Grande. Editorial Plaza Janés Barcelona. 2ª edición 1979. Páginas 87-89.